¿Y si no me quisieras?

La gente escribe poesía porque necesita expresar sentimientos.
A mí me gustan más los espacios en blanco. Nada de metáforas.

Perfectamente podría empezar un poema contando lo bien que me sabe el dolor cuando los subtítulos de sus comisuras me aseguran que aún queda viento para todas las mareas que ajustaremos juntos. Pero no lo haré, porque llevo toda la vida escribiendo versos que nunca envié.
Nunca he sabido equilibrarme y tú eso lo tienes ya aprendido. (Sí, ya ves, sin embargo me apetece escribir sobre ti). Voy a cambiar de persona a la velocidad del amor, el tiempo y aspecto como quien maneja un barco de papel que se descompone en un charco sin encontrar un puerto decente para tanto miedo.
Ay, ay, que me desvió.
Es decir, desvío.


Hablaré de la noche, de lo bien que suena cualquier pianito triste si me abraza.
Ayer quise que volviera a besarme y lo hizo. Chas. Deseos cumplidos como quien sopla un diente de león sin preguntarse antes dónde irán sus fragmentos. Jugar a ver quién aguanta más, quién cede. Llevamos meses jugando sarcásticamente a esto. Ya sabéis, como quien promete el cielo pero nunca ha sabido aterrizar luego.
Cuando acabe todo le echaré las culpas. Le llamaré idiota, le contaré que le odié siempre por hacerme sentir frágil. Le lloraré como las viejas judías y le coseré en la piel cada poema del que siempre tuvo constancia y por los que nunca preguntó. ¡Por eso detesto escribir poesía! ¿Quién guarda dentro ese dolor salvo yo? ¿Quién recuerda las lágrimas que enjugo y enjuago mientras la tinta y mi visión se emborronan?
La intensidad de esta catástrofe aumenta como el pulso de su pecho cuando me tiene encima. Cuando piensa que pienso lo feliz que soy. Cuando recoge mi alegría desperdigada en sus suelos y decide hacer una rima ingeniosa mirándome al contraluz de su habitación. Cuando sonríe y me clava cada palabra como quien inyecta razón en un corazón ya loco. Martirios así deberían repetirse más. Martirios que hablan, como sus dueños, del morir si me besa, si me atrapa, si me ahoga, si me mata, si me calma o me hace el amor con esa carita de culpable. Me ha enseñado tanto, y él sin enterarse. Sin creerse que deliro cuando habla.
Ay.

Creo que ya no sirvo para esto, corazón.

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