Mi bendita locura.

—No puedo evitarlo— dijo, mirándose las manos.

Quise abrazarle, pero en su lugar me mordí el labio inferior. Aparté la vista cuando volví a sentir la necesidad de describir la luz del atardecer y ese tipo de cosas que le ponen de los nervios. Me miré los zapatos y durante dos parpadeos deseé que las cosas volvieran a estar como hace dos años, cuando aún no le conocía lo suficiente como para permitirme no juzgarle.

—¿Siguen ahí?— pregunté, cauta. Mantuve la mirada fija en el suelo, percatándome del contraste que presentaban los cordones blancos con la oscuridad de las zapatillas raídas.

Alzó la vista. Me negué a mí misma a mirarle directamente al iris. Sabía que no podría soportar la imagen de sus ojeras violáceas, sus pupilas dilatadas, su interminable y frenético parpadeo, esa escasez de razón, de entendimiento y complicidad.

—¿Quiénes?— articuló.

Bañé mi labio inferior, ya dolorido, saboreando el reguero de sangre que sin apreciarlo había surcado mi boca hasta llegar a la comisura derecha. Inspiré hondo. No podía apartar la vista del suelo.

—Las voces— respondí. —¿Siguen ahí?

—No lo sé.

No pude reprimir durante más tiempo el vacío que amenazaba con devorarme por dentro y comencé a llorar.
Lloré, sí. Como quien sabe que lo ha perdido todo. Me sentía pequeña, frágil. Yo misma percibí como mis pensamientos intentaban evitar desconectarse del todo de mi consciente.

Pero no podía. Aquello era más fuerte que yo. Siempre lo había sido.


—¿Siguen ahí?— dije, quizás elevando demasiado el tono. Sentí como Eloy se tensaba junto a mí, agarrándome las muñecas mientras yo lloraba.

—Se irán.

—¿Siguen ahí?

—Se irán.

Lloré más fuerte. Las lágrimas habían empapado ya la mayor parte de mi rostro. Supe que el color de mis ojos se había aclarado cuando me esforzaba por no perder las pocas fuerzas que le quedaban a mis piernas. Aquello se había alargado demasiado. Eloy se erguía a mi izquierda como quien trata de que un niño pequeño cese de llorar sólo con mirarlo. No decía nada, no trataba de consolarme, simplemente me observaba. Y yo lo agradecía. Él sabía, a pesar de su situación, que no soportaría mirarle directamente a los ojos. No podría verle así.

—¿Por qué vienen?— pregunté a duras penas, esforzándome por no articular fonemas sin sentido.

—Porque necesitan recordarte que estás viva.

Había escuchado esa misma frase tantas veces. De boca de Eloy todo parecía tan sencillo. Tan real.
Quise apoyarme en su hombro, pero él se apartó.
Entonces cometí el error de mirarle.

Sus ojos me miraban cansados, confusos. Su boca, fina y perfecta, me recordaba que no podría alcanzarle nunca. Sentí de nuevo ese torrente de lágrimas queriendo escapar por los ojos.

Entonces me rompí.

Caí al suelo, notando como el frío de un charco empapaba mis rodillas. La noche anterior había llovido como no lo hacía desde hace dos años. No me esforcé por cubrirme los ojos, siquiera. Simplemente lloré mientras Eloy seguía mirándome.

¿Vivir? ¿Para qué demonios quería yo vivir si no podía tenerle a él?

Se agachó hasta quedar a mi altura, sin palparme, mientras escuchaba su voz en el oído, en la cabeza, en el pecho.

—Lo siento.

Seguí llorando, con los ojos cerrados.
Supe que se había ido.
Supe que mi esquizofrenia había vuelto a llevárselo.

Comentarios

  1. Una de las mejores cosas que he leído en toda mi vida, y te lo puedo jurar.

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    1. Muchas gracias, Nina.
      Sin embargo, si esto es de lo mejor que has leído, te aconsejo que leas un poco más.
      Un beso grande, espero que sigas pasándote por aquí.

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  2. ¡Hola, Arya!
    Bueno, es que en mi Blog te he nominado a los Liebster Awards. Mira, en esta entrada te lo explico todo: http://fingiendosonrisas.blogspot.com.es/2014/02/liebster-awards.html

    Tu Blog me encanta y tu eres amor, cariño. <3

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