Llamémoslo amor.

Vivir en la bohemia del silencio es a veces un poco difícil.
Pero no me importa, porque sé que allí puedo nadar por los cielos de su mente y acompañar a las notas de voz que caminan sobre los cables de la Ciudad Infinita.
No. De él solo recuerdo que tenía las arterias de neón y los sueños de plomo; la sonrisa cansada y dos días de oscuridad. Me gustaba verle sonreír mientras resbalaba descalzo sobre mí, solo porque la crueldad de la su piel no podía mentirme.
Pero yo ya no quiero ver.
Quizás solo con los ojos cerrados, porque si los abro tendré que volver a mentirme.
Navegar golpeando cada tecla de sus instintos me hacía ver el mundo un poco más humano.
Él decía que teníamos tres horas antes de despertar.

«Estábamos, estamos, estaremos juntos. 
A pedazos, a ratos, a párpados, a sueños.»

Él se presentó diciendo que no volvería a quererme, y que cuando llegue el momento de elegir, no sé como voy a reconocerle. No podré verle. No podré sentirle.
Pero siempre quedará. Él dijo que siempre quedará.
Yo le prometo serle infiel solo en la realidad; prometo que esos ojos siempre ocuparán mis sueños y la pequeña parte de mí que dice que no le conoce. O le reconoce.
Porque si abro los ojos, tendré que volver a mentirme.



Te estoy tejiendo un par de alas. 
Sé que te irás cuando termine… pero no soporto verte sin volar.

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