Hoy no.

Y follamos.
Esa noche follamos como almas hambrientas de placer. El deseo de aquellos ojos sólo era equiparable al ritmo en el que mis latidos le pedían a mi respiración que no parase.
Y él tampoco paraba.
Sus manos, exploradores en un mundo extraño, olvidaron el pudor y la vergüenza que los silencios de la habitación habían creado entre los dos. Por fin podía palpar cada uno de los centímetros de su piel; casi podía saborear el desenfreno de su boca.
Deseaba que el tiempo se congelara; que los segundos se volvieran noches sólo si él se quedaba para saciarlas. No podía diferenciar la lujuria del amor, lo justo y lo erróneo, lo correcto y lo indicado.
Pero, ¿qué diablos importaba? Estaba allí, sobre mí, meciendo cada gota de sudor para llenarme. Pronto no pude distinguir la cuna de mis gritos. El éxtasis había hecho pactos con el miedo, creando un torbellino imparable dentro de mí. Porque lo sentía; lo sentía tan dentro como mi propia esencia.
Nada, nadie podía apartar su cuerpo del mío.
Nada ni nadie recordaba que alguna vez sólo fuimos dos.
Pero nada ni nadie podría haber sabido que aquella noche, también sería la última vez.


Tú y yo,
ya nos hemos olvidado antes.

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