Héroes.

Pi pi, pi pi, pi pi.

Puto despertador.
Puta mierda.
07:07.
Maravilloso.

Apago el cacharro de un manotazo, tirando la lamparilla al suelo, y me dejo vencer por la atracción de la cama durante segundos. Me estiro cuan larga soy y me quedo así, como una estrella de mar, ocupando la inmensidad de la cama de matrimonio.
El tacto frío de las sábanas en el lado derecho de la cama me provoca un escalofrío que contrarresto incorporándome. Los primeros rayos de sol me acarician la piel y dibujan sombras en la camiseta gris que uso como pijama. Me arrodillo sobre el colchón y vuelvo a estirarme, frotándome un ojo.
Margot me da los buenos días con un ronroneo y un beso de su hocico mojado.
El helor del suelo en Diciembre termina de despertarme. Enchufo el microondas y saco el brick de leche sin lactosa de la nevera. La excesivamente maquillada presentadora de noticias de la 1 me dice que ha habido otro asesinato en París y que el resto de la semana seguirá tronando. La taza de los Beatles se boza de leche, manchándome los brazos.

—¡Puta mierda!— grito, sacudiéndome la leche.

Margot se acerca a lamer las gotas que han llegado al suelo y pasea entre mis pies descalzos, refregándose el lomo.
Le lleno su plato y meto la taza en el microondas.
Apago la televisión y enciendo la cadena de música que me dejó el abuelo. La presentadora de la 1 parece insoportable una vez que escuchas a David Bowie hablar sobre héroes.
Empiezo a bailar con Bowie sobre la alfombra, con los brazos extendidos en el aire y los ojos cerrados.

—We could be heroes...


El pitido del microondas me devuelve a la realidad, al cielo de ciudad encapotado y los lunes de mierda con resaca. Me meto en la boca las dos pastillas y le pego un trago a la leche, quemándome la lengua. Tras la ventana los primeros madrugadores salen del bloque de enfrente con el paraguas bajo el brazo y entre bostezos se despiden de sus señoras. Suspiro cruzada de piernas sobre el sofá, con la cabeza apoyada en el marco de la ventana.

Casi puedo imaginármelo aquí, justo detrás, sonriendo como un bobo y señalando el poste telefónico cubierto de nubes.

"Las rubias de verdad no se pasan la vida soñando".

Las rubias de verdad...
Me cago en dios.

Cuándo diantres me he quedado sola.

Margot aparece a mi lado, agradeciéndome la leche con otro refregón sobre el pecho. Sus ojos azules me invitan a contárselo todo, a suspirar con ella y llorarle lo que sea necesario.

—Ella tenía más tetas— contesto a la gata, encogiéndome de hombros.

Ronronea cuando le acaricio el lomo y sonrío.
Ella tenía más tetas.

Me estremezco entera al escuchar unos pies mojados.
Justo detrás.

—Buenos días, gatitas— sonríe Marco.

Mierda.

El lomo de Margot se transforma en una capa de púas al oírle llegar.
Normal.
El torso denudo le acentúa la cara de gilipollas.

—Lárgate— le invito.

—¿Y mi desayuno?— replica, indignado.

—Que te largues.

Vuelvo el rostro en el momento en el que me lanza las bragas a la cabeza.
Mis bragas.
Me cago en el whisky.

Recuerdo el lado derecho de mi cama y le miro.
El pelo oscuro chorreando y la toalla sobre los hombros indican que acaba de ducharse, después de levantarse de mi cama, después de haber dormido conmigo, después de haberme follado.
Me cago en el whisky doscientas mil veces.

Bowie sigue cantando y yo sigo sin bragas, con su camiseta gris y mis ojeras malva.
Él se larga y yo sigo con la vista fija fuera cuando da el portazo. Margot me mira interrogante y yo me pongo a temblar.
La leche se me ha quedado fría.

—Las rubias de verdad no se pasan la vida soñando...

Margot ronronea.

¿Yo nunca he sido de verdad?

—Puta mierda...

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