"... que casi lo confundo con mi hogar"


Tu tristeza se parece a una sustancia pegajosa que ha aprendido a colárseme por los huecos:

se enreda entre los dedos de mis manos,
penetra hacia las uñas,
rellena los surcos milimétricos de mis palmas.


Intento evitarla, pero como a ti te asusta incluso más que a mí, no te das cuenta y sin querer la esparces. No es tu culpa, ya lo sé. Has fingido durante gran parte de tu vida que en realidad no existe, que no estás en el vórtice de una viscosidad asfixiante.
¿Cómo ser consciente ahora?
Al contrario, decidiste parapetarte tras esa armadura elástica que disimula su volubilidad (incluso le cambiaste el nombre) y ahora crees que nada ni nadie puede alcanzarte ahí.
Qué suerte, ¿verdad?
Supusiste que al inmunizarte al antídoto no te quedaría más remedio que aceptar el veneno, con suerte, hasta incluso desearlo.
¿Quién podría culparte?
Rogaste en murmullos tantas noches que la soga se convirtiera en escafandra para no inhalar su propia viscosidad que llegaste a convencerte de que por fin estabas a salvo ahí dentro. Confundiste aquellas vísceras cálidas con el refugio de un abrazo y allí, por primera vez, descubriste que nadie te escuchaba llorar. Dentro solo había eco, pero te convenció de merecer aquella soledad unívoca.
Poco después, comenzaste a desearla.


Me descalzo contigo, aunque tengo miedo de pisar el rastro que crees invisible a tu paso. Lo hago porque así bajas la guardia y yo puedo escuchar con claridad los sollozos que se escapan desde dentro. Y son tan claros que no necesito descifrarlos, ni interpretarlos. Nunca he dicho nada al respecto, ya lo sé. Pero yo no he nacido con la misión de transformarlos en silencio.
No puedo salvarte.
Y ni siquiera quiero hacerlo.

Ha pasado tanto tiempo que has asimilado su peso como parte del tuyo propio, su tacto como parte de tu propia piel. Sospecho que a veces ni la recuerdas, pero sigue ahí. Se enraíza en tu cuerpo, consumiéndote, apropiándose de todo lo que es innatamente es tuyo. Se construye desde ti, te moldea como célula huésped. Pero te veo sonreír, feliz en una matriz venenosa que acabará con todo lo humano que te corresponde por ley, y solo puedo apretar los puños en silencio.

No es nada justo.
No te esperaré.

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