Nada que temer.

El espejo grita y yo me paro en medio de la habitación. Veo la tragedia pintada en folios con trazos negros, algo desquiciados después de un polvo mal y echado y un último: “dame un beso, que ya me voy”. 

El amanecer si tienes un vinilo al lado es algo más francés. Se lleva la compraventa de sonrisas por no parecer cansada, con la camiseta vieja y los ojos en repeat. Que la siguiente madrugada haga el resto, me digo antes de no dormir. 

Me tumbo e imagino la distorsión del color de unos ojos cuando lloran. La simpleza de las cosas bonitas. Lo bonito de las cosas simples.

Como una comida de coño, pienso.

Qué más da. No soy más que las miserias, los escombros que deja la luna. Si es que los deja y yo me he vuelto demasiado poética. Demasiado loca para alguien con tanta lógica.

Escribir por escribir jamás salió rentable.
Ojalá la música pueda vivir para contarlo.
A ver si despierto. A ver si por fin exhalo.



"Después de ti, todo me parece insuficiente."

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