En el fondo, lo sabía

Me juzgas detrás de ese cristal gris, con los ojos entrecerrados y los labios apretados con fuerza. Pareces un policía. Un verdugo. Veo tus labios moverse pero no escucho tu voz. A veces me pregunto incluso si te conozco. Pobre. Aunque tú y tu iris celeste creáis ser jueces de todos los movimientos que ejecuto, sentencia firme ante mis pensamientos, ni siquiera eres aún capaz de intuir un ápice del océano incendiario del que se compone mi mente.
Vaya, fíjate, nunca antes había sido consciente de lo gruesa que es esta pared transparente que nos separa. Fría, distante, insensible.
Quizás tengas razón, después de todo. Quizás todos la tuvieron, al final.
Tengo dos cicatrices invisibles que rescaté de mi antiguo disfraz. Y tú, empeñado en verlas, en exponerlas al aire frío y la intemperie, quieres desnudarme porque crees que así podré por fin confiar en ti. Me cuentas un cuento precioso. Intentas consolarme. No entiendes que por mucho que me expongas no conseguirás que abra mi alma si no estoy lista aún, por mucho que nos cueste admitirlo. Pero no, no me malinterpretes. Comprendo que no veas los esfuerzos titánicos que hago porque todo avance. Lo comprendo, porque la mayoría de gente no tiene por qué hacerlos. Te lo conté una vez, ¿recuerdas? Te conté mi debilidad y mi terapia. Me expuse ya. Me expuse, aunque se te olvide a veces.


Pero cuando erupcionas, cuando todo se convierte en lava y ríos de sangre efervescente, no eres capaz de distinguir el cristal. No comprendes que soy yo la que está hecha de vidrio y hielo y que puedo fundirme, destruirme, desmoronarme. No en un segundo. (Oh, no, entonces te lo habría puesto demasiado fácil). Lenta, sutilmente, voy a convertirme en polvo y arena, voy a escurrirme entre las mismas manos que no quieren dejar de agarrarme y voy a discurrir hasta el mar al que verdaderamente pertenezco.
Puede que aún no te hayas dado cuenta tampoco de que intento siempre silenciar todos mis pensamientos grises cuando se trata de ti. Trato a cada segundo de no hacerte daño y continuar fundiéndome desde dentro, desde el núcleo invisible que se deteriora con cada grito.
Te conté una vez mis miedos. Te dibujé un día mi pánico. Y tú, libre y mortal, acabas de sentenciarme sin saberlo.
Una vez más, exactamente igual que hicieron ellos.
No te culpo. Siempre pasa.

"Nunca he conocido a una persona menos sensible que tú".

Comentarios

Entradas populares