Química


"No sabría explicar cómo empezó a germinar aquella diminuta semilla que me tendiste, sobre las palmas de tus manos, años atrás. Era una semilla sin nombre de la que fue rápido olvidarse. (No, no. No me eches las culpas. Tú lo hiciste también, ¿recuerdas?).
Yo pensé que aquella semilla era un regalo tuyo, un trocito naciente que conservabas con esmero, una tarea que concediste el honor de relegarme. Te confieso que pasó algo de tiempo hasta que comprendí que al entregármela, en realidad, estabas deshaciéndote de ella".

Boca arriba y con el espejo roto juzgándome. Así quise morir tantas veces que casi se me había olvidado. Ahora, como si hubiera vuelto al pasado, mi tristeza se mide en océanos. La sal se cristaliza en mis mejillas mientras suena una y otra vez la canción que nunca pensé que me recordaría a nosotros. Una canción rota, triste. Sin futuro.
No quiero comprensión, solo espacio. Solo respirar pausado, sobre la superficie de un mar que no me salva ni deja que me ahogue de una vez por todas. Quizás era esto la vida: una lanza clavada en el pecho que me despierta a las seis de la mañana, punzante, después de un sueño en el que te morías en mis brazos. En el que no podía salvarte. No pude salvarte.
Ahora hay tantas cosas que me gustaría contarte que me escuecen en la garganta cada vez que intento sustituirte. Cada vez que sufro, cada vez que sonrío.


¿Sabes? Hace dos semanas era tan feliz que casi se me olvidó que me había ido. Solo quise llamarte y escucharte decir que lo sabías. Que sabías que lo conseguiría. Que me ibas a echar de menos. Hoy siento que no puedo salir de esta ciudad indemne. Sé que cuando escape todo se derrumbará detrás de mí, y yo con mi lanza atravesándome el pulmón, sabiendo con certeza que los días de respirar profundo ya acabaron.
Llevo tantos años sin escribir que me escuecen las yemas de los dedos al hablarte, me tiembla el pulso y no puedo dejar de llorar. Como aquellas veces, cuando aún no me conocías, cuando estaba en construcción y dependía de todos para mantenerme en pie.
Luego tú aprendiste, como no aprenderá nadie jamás, a convertir el vacío en respiración. A mirarme y entenderlo todo. A no hablar, a esperar, a comprender. Me aterra pensar que en realidad no ha cambiado nada. Que no he cambiado yo. Que en realidad eras tú mi salvavidas.
Me gustaría que algún día, cuando el tiempo calme la marea, me recuerdes sin odio. Que te plantees todo el dolor y el coraje que me ha costado también a mí.

Si te encuentro una noche, me muero.

Comentarios

Entradas populares