Me confieso, Señor

[3 de julio de 2018]

La gran verdad es que he vuelto al mismo punto. Al mismo odio inevitablemente racionalizado. A la misma silla blanca de plástico, a la misma pierna cruzada, al mismo dolor de cabeza causado por la cerveza y la ansiedad.
Otro verano pálido de dudas conociendo la respuesta, sabiendo que el único problema está encerrado en el cofre cifrado de mi cabeza.

Julio vuelve a mojarme los labios con el deseo vomitarlo todo en el pozo, de regresar a esa jaula de papel que año tras año solo mantengo yo.
Porque, aunque os diga que escapo de ella, al final siempre salgo a hurtadillas cerrando con llave la puertecita, guardándola entre la ropa, con la certeza de quien sabe que nunca podrá irse sin volver a entrar.




[30 de septiembre de 2018]

Recurro a los arañazos porque, aunque escuecen, desaparecen rápido. Las uñas largas se convierten en un arma no letal, pero sí violenta, cuya intensidad siempre se encuentra a mi merced.
Son solo detalles.
Prefiero el agua ardiendo a la templada; la toalla larga a la pequeña; el cubrirme a comienzos de septiembre con la sábana aunque encienda el ventilador.
Me asusta mirarme las manos y desear que de un momento a otro comience a manar sangre.
Me asusta, porque ya no lo comprendo.
El odio no desaparece.

Comentarios

Entradas populares