Las dos versiones
En el fondo de este cajón hay una terrible página en blanco. Hay miedo y un poquito de soledad. Hay un nudo en el estómago y una canción que todavía no te he enseñado porque me recuerda a ti y me aterra que ya se la hayas regalado a alguien.
Es una página con los bordes punzantes, afilados, capaces de hacerme sangrar si de repente mi mano se cruza en su camino.
No es justo, ¿verdad? Hacerme cargar a mí con su peso frío y su insoportable silencio.

Es una página con los bordes punzantes, afilados, capaces de hacerme sangrar si de repente mi mano se cruza en su camino.
Es lisa, parece perfecta, porque aún el tiempo no ha hecho mella en ella, y conserva ese blanco impoluto que siempre te tienta a destruir con mil garabatos para poder al fin arrugar y lanzar con violencia contra la pared.
Cada vez que la encuentro tengo la sensación de que alguien consiguió arrancarla de su libro, como si quisiera deshacerse de ella, y la escondió aquí.
No es justo, ¿verdad? Hacerme cargar a mí con su peso frío y su insoportable silencio.
Como si yo pudiera ser eternamente un cajón oscuro y secreto en el que verter los demonios agonizantes que os torturan desde dentro.
Ahora soy la cárcel de una bestia, un ser gris y azul que me visitará cuando no haya nadie más para recordarme todo aquello que aparece en el papel y parece invisible.
Lo que tú olvidarás pronto y yo pasaré a convertir en alimento de mis sombras.
Pero no hay culpables.
Quizás solo la absurda inocencia de quien no conoce el mundo y confía en poder agarrarse a un espejismo creado en la superficie del agua. Un espejismo que en el momento de intentar aferrar se convertirá en mil ondas hasta por fin desaparecer para siempre.
No habrá rugido.
No habrá explosión fatal.
Solo habrá silencio.
Me da tanto miedo no comprender el porqué que busco todas las excusas que tengan la medida exacta para encajar en el vacío silencioso de ese folio.
Casi todas las invento yo.
Casi siempre las destruyo yo.
Por eso la página siempre está en blanco, escondida en mi profundidad. Me hace sangrar a veces, pero no hay nada en ella.
Y eso es lo único que consigue paliar el vértigo.
Ahora soy un cajón cerrado y oscuro que gesta una incertidumbre constante a la que ni siquiera puedo nombrar.
Un runrún bajito que sonará igual que los gritos bajo el agua.
Estoy aquí, tumbada en la superficie, con los oídos mojados y la piel desnuda.
Pero no hay culpables.
No es justo, ¿verdad?
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