Dusk Blue
Cuando me abrazas semiinconsciente, recogiéndome con cuidado y besándome intermitente, no siento todo este pánico azul que ha decidido instaurarse en mi estómago y naufragar.
Supongo que todo es diferente cuando estás al lado.
Por eso últimamente suspiro por no echar a temblar de miedo y me prometo a mí misma no pensarlo. Dejo mi mente a la deriva y me escurro entre la luz anaranjada de las farolas y el rumor de la gente riendo en los bares que quieres enseñarme.
Ya sabes que odio todo lo que no alcanzo a entender. Que más bien me aterra porque me hace vulnerable y entonces siempre me convierto en carne y cristal. Pero hay veces en las que no puedo evitar que el anclaje invisible con el que me he tropezado (el mismo que me ha hecho caer de bruces sobre los sólidos cimientos de mis convicciones) se haga terroríficamente visible cuando amanece, cuando encontramos el sol despierto y vivo y el tiempo se convierte en un dios risueño que se acurruca entre tú y yo para reírse a nuestra costa.
Entonces la luz lo ilumina todo de una forma tan nítida que parpadeo siempre varias veces antes de volver a mirarte. Antes de encontrarte frente a mí con ese océano en los ojos y la sonrisa traviesa que nunca sé qué significa (aunque tú creas que sí).
Siento tanto calor y tanta rabia al mismo tiempo, que a veces no comprendo cómo he podido llegar hasta aquí.
Porque nunca podrás imaginar lo injusto que es para mí que ahora sienta tanto control sobre la vertiginosa velocidad a la que sucede todo.
Normalmente dejo que estas cosas se fosilicen en mi garganta y nunca acabo por deshojarlas, pero ya no me esfuerzo en encontrarle sentido a todo lo que me sucede contigo.
Es irónico.
Por ahora no te pido más que aire y espuma, sudor y tacto. Y que no te enfades tanto cuando se me escapa un "¿qué?" si te pillo mirándome.
Es culpa tuya.
Dile a tus ojos que no hablen tan alto.
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