Prope tua.

Me he dejado vencer de mil maneras,
de las cuales tú tomaste novecientas,
y me dejaste cien,
reduciéndome
a cincuenta deseos de que vinieras,
y sólo diez de ser yo quien regrese a ti.

Me has doblegado convirtiéndome en esclava,
de una incertidumbre difusa y etérea,
de noches pendientes de tenerte cerca,
de promesas mudas y sordas respuestas.

Y sin embargo, mira,
tan idiota,
inconsciente,
¡como si nada de esto me doliese!
Como si aprobara en silencio tu renuncia,
y por única respuesta
te girase la cara, fingiendo ser valiente.

Me minas, te aproximas y me hundes
y es que, después de naufragarte,
¿quién querría tener rescate?
O una segunda vida después del mar,
la tormenta y tus desastres.

Me miras y lo entiendo,
en sólo tres segundos
me regalo un último intento:
que quiero que vuelvas,
que me hundas,
que no lo acepto...
Que grito en silencio si me prohíbo verte,
y clamo a los dioses,
como si tú no me oyeses:

¡Devuélvanme su iris gris!
¡Su caos sin mí!
Y sus ganas locas de no tenerme...

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