Aquí no se habla de "transluces de bohemia".


"Amanece con la misma probabilidad con la que puede nevar mañana."

De verdad, a veces me doy escalofríos. Y espero que el acordeoncito francés que tintinea por aquí no tenga algo que ver, o voy a reprocharte otra vez volver al papel cuando me faltas. Cuando empiezo a faltarme yo.

La ironía de pasar la página 103 de El Jugador de Dostoievski (¡mi amado Dostoievski!) radica en haberme enamorado hace apenas unas semanas de un adicto a la ruleta (que ojalá fuese ésta la rusa y no yo); un borracho con ojitos tristes que decía poder bajarme el punto más brillante de aquel firmamento que algún día reclamaría como patrimonio de mi humanidad.
De acuerdo, no precisamente en estos términos, pero esto es lo que pasa cuando te enamoras de un no-poeta: que tiendes a buscar las líricas en las promesas mudas que hace con sus disparos de reojo.
O a lo mejor soy yo, que me esfuerzo por encontrar los fantasmas que eché a espuertas hace meses, con tal de empezar una vida nueva, o por lo menos, una que no sea la mía.

Y aquí es donde todo empieza a enrevesarse y a tornarse confuso, hasta el punto de que mi indiferencia sobre el entendimiento del lector sea tan absoluta que me vaya por las ramas de los árboles bajo los que besaba a otro durante todo el mes de agosto.
(Maldita dulzura la nuestra.)




Decía Alexei: “Verdaderamente, este hombre no puede mirarme a la cara. A veces lo intenta, pero siempre le respondo con una mirada tan insistente, es decir, insolente, que parece que va a sacarle de quicio.”
Tuve la sensación de que me había descubierto a mí misma por primera vez, (fijaos si soy idiota), así que comencé a actuar como si me importases más que toda la tranquilidad que tanto me había costado recolectar.
Yo, el saco de nervios que no recuerda que debe callarse cuando está borracha, me desvié tanto hacia aquel ego satisfactorio que me producían tus intentos de mirada, que olvidé lo que realmente quería y lo que, naturalmente, era lo último que necesitaba:
Tú y tu misoginia con trocitos de chocolate en las comisuras.

Me tranquiliza pensar que pronto llegará la primavera y los dos estaremos distraídos con el polen y los rayitos de sol que se cuelan por los árboles bajo los que nunca te besé en septiembre.
Me tranquiliza saber que todavía no tengo claro si por ese tiempo te seguiré extrañando.

Ahora sí, y contra esto créeme que no existe nada que puedas hacer ya:
He decido ponerme un enorme punto y aparte en lo que a mi lucha individual respecta. La misma lucha que hasta ayer pensaba estar compartiendo contigo.
Contra ti.
Y esta vez es una decisión y no una promesa, porque nunca puedo llegar a prometer nada, nada de nada, por muy sobria que ande a las una y cuarto de un martes.

Aún me repiquetea tu pregunta, como una estaca a punto de sacarme los "síes" a base de ignorar lo que me duele que me ignores cuando hago como que te ignoro.
Que por qué, me preguntabas cuando aún no me conocías; que por qué ya no puedo prometer.

Ups.
Y ay.
(Y au...)

Aún no te he contado que, cada vez que escribo, me juro a mí misma que el punto final no cerrará una oración que termine, incluso con la misma y precisa palabra, hablando de ti.


Comentarios

  1. ¿El Jugador? Bah, donde estén Crimen y Castigo o Los Hermanos Karamázov, que se quite lo demás. Bonito texto: ¿te gusta la novela romántica? Quizás te interese esto: un homenaje a todas esas mujeres que lucháis por lo que queréis:

    http://www.ourgodsaredead.blogspot.com.es/2015/02/el-tango-de-la-guardia-vieja-la.html

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No cabe duda en que El Jugador no es su mejor obra, pero para mí tiene una connotación un tanto... especial.
      Muchas gracias por leer y estar siempre rondando por aquí. Descuida, me pasaré por el blog en cuento tenga un huequito para analizarlo a fondo.
      ¡Besos!

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares